viernes, 4 de febrero de 2011

Nuestro capital


Durante largas décadas, los sectores medios y populares vieron a la educación como la escalera más adecuada para que sus hijos ascendieran socialmente. Muchos hijos de trabajadores, con el esfuerzo y el trabajo de sus padres, pudieron concretar una carrera universitaria y escalar social y económicamente.




Esa movilidad que alimentaba las esperanzas de amplios sectores de la sociedad ha desaparecido, como consecuencia de las sucesivas crisis mundiales y los correspondientes ajustes que, desde la década del 80 del siglo veinte, se han realizado en nuestro país.
Sobre todo desde los nefastos noventa, el sistema educativo sufrió un brutal desmantelamiento en todo sentido, con la sanción de la ley federal de educación, que operó para el vaciamiento de ideas y recursos sobre las escuelas.

El cambio de paradigma cultural de esos años constituyó un golpe casi mortal sobre el antiguo modelo sarmientino, pretendiendo sumarla al modelo utilitarista de mercado. En el colapso de 2001, todo terminó por derrumbarse y, desde ese punto profundo, algunas cosas parecieron ir cambiando. Desde la crisis, la escuela ha asumido nuevos roles, como procurar que los niños y jóvenes que a ella asisten, tengan derechos básicos, tales como la alimentación. La educación, a partir de la actual ley de Educación, es obligatoria hasta los 18 años, “todos en la escuela” es la consigna de inclusión. Para ello, el presupuesto nacional contempla porcentajes nunca vistos en Argentina, además de otras medidas, como la Asignación Universal por Hijo, que contribuyen a que se cumpla aquella frase. Pero no es sencillo alcanzar dicha meta. Faltan aulas, faltan docentes, equipos de orientación escolar, auxiliares, preceptores y muchos otros recursos humanos y materiales.

Pero están los alumnos y se debe hacer todo lo posible para que ellos permanezcan en la escuela, para que reciban educación y para que aprendan, aunque las condiciones para ello disten de ser las ideales.
Nuestro distrito padece estas deficiencias, tenemos cursos repletos de niños o adolescentes, escuelas rurales en las que se da clase en la dirección y la directora trabaja en los pasillos porque no hay aulas, edificios vetustos con potenciales riesgos de accidente, caminos intransitables como la ruta 20 o parcialmente destruidos, como el acceso a ruta 11, dificultan acceder a los maestros y profesores, todo un panorama que debe ser necesariamente modificado para conseguir una educación que prepare a nuestros alumnos como generación sucesora.

Es incomprensible que desde el Estado Municipal no se contribuya en lo que políticamente le compete, esto es, mejorar la calidad de vida de los puntaindienses, a la gestión y concreción de estas necesidades. Un claro ejemplo es el edificio de la Escuela Especial 501, donde a medias con la provincia se ha demorado la construcción por más de dos años. Preocupa además la pasividad con que se afrontan los demás temas de infraestructura escolar, responsabilidad compartida con el Consejo Escolar, que solo parece estar preocupado (rémora de un neoliberalismo menemista) porque le cierren las cuentas, aún cuando haya que desarraigar alumnos de sus escuelas rurales. (Preocupación administrativa para cargos de elección y gestión política)

También es incomprensible, en ese contexto, que no exista en nuestro distrito, una escuela agropecuaria, adecuada para fomentar las pequeñas y medianas producciones del campo. Ni que se planifique democráticamente, es decir mediante el consenso con la población y las entidades intermedias, el perfil educativo productivo para generar carreras terciarias con inserción laboral local.

Creemos que la educación es un hecho netamente social, que debe ser debatido por todos, no solo por los docentes y autoridades, porque la escuela es la comunidad aunque no se reconozca así ya no es más el claustro de transfusión cultural para consolidar (homogeneizar), no puede aislarse de lo que le rodea y debe contemplar su entorno. Nos definimos por una escuela para todos y todas, abarcativa desde la primera infancia hasta el nivel terciario y aún más allá, que no esté ajena a los cambios y que a su vez sea promotora de ellos, abriendo el juego a la comunidad y recibiendo de ella los mejores aportes.

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